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Navidad en la trinchera

Reportaje publicado en el diario británico Daily Mail el 17 de octubre de 1914

La vida en las trincheras británicas

Nuestros hombres se han acomodado bastante bien en las trincheras, en las numerosas cuevas excavadas en las laderas de las colinas y en las pintorescas villas cuyas empinadas calles y rojos techos de teja ascienden por las pendientes y se asoman entre el verde y el bermejo de los bosques. En la línea de fuego, los hombres duermen  y obtienen refugio en los agujeros que han cavado o "demarcado" a los costados de la trinchera. Estos refugios quedan un poco arriba del fondo de la trinchera, con el fin de que permanezcan secos en los climas húmedos. El suelo de las trincheras también es inclinado para propósitos de drenaje. Algunas trincheras cuentas con techo; estos, desde luego, brindan protección contra el clima, así como contra metralla y astilla de proyectiles.

Se ha ejercido una considerable ingenuidad al nombrar los refugios. Entre otros favoritos se encuentran "Hotel Cecil", "El Ritz", "Hotel Billet-doux", "Hotel rue Dormir", etcétera. También en las barricadas de los caminos pueden encontrarse pizarras que anuncian la noticia: "Por aquí hacia los prusianos".

Abundan los obstáculos de todo tipo; por las noches, cada bando puede escuchar al enemigo traer estacas para formar barreras, cavar bocas de lobo o crear barricadas de avanzada con sus zapadores. En algunos sitios, los obstáculos construídos por ambos bandos están tan cerca unos de otros que algún bromista ha sugerido que cada ejército aporte trabajadores para realizar esa fatigante labor de manera alternativa, dado que su trabajo ahora es casi imposible de distinguir y sirve para el mismo propósito.

Las cuevas y excavaciones a las cuales ya se ha hecho referencia proporcionan amplio albergue para batallones enteros; más cómodos son aún los refugios que se han construido en estas. Las pendientes septentrionales del valle Aisne son, por fortuna, bastante escarpadas y ello, en gran medida, nos protege de los proyectiles enemigos, muchos de los cuales pasan sin causar daño sobre nuestras cabezas para explotar en los prados de abajo, a lo largo del banco del río. Las trincheras de comunicación, sujetas por todos los puntos al fuego de los explosivos, proveen acceso a la línea de fuego desde atrás. Éstas son ahora tan eficientes que es posible cruzar a salvo la zona de alcance del fuego hasta las trincheras avanzadas desde los alojamientos en las villas, los campamentos en las cuevas o los demás sitios donde se localicen los centros de operaciones.

Para aquellos que están en casa, la vida que llevan nuestros hombres y los habitantes de esta zona pueden parecerles muy extraña. Durante todo el día, y con frecuencia también durante la noche, el ruido de las armas y los estallidos de los proyectiles por encima continúan. En ocasiones, en especial a mediodía y después del ocaso, el bombardeo amaina; en otros, se convierte en un rugido incesante, en el cual los registros de distintos tipos de armas se funden en un sonido de gran volumen.
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En el libro Crónicas de guerra, que por casualidad cayó en  mis manos, leo que la víspera de Navidad de ese mismo año de 1914, los soldados británicos notaron que aparecían luces navideñas en las trincheras alemanas y a la mañana siguiente escucharon gritos de "Feliz Navidad" en inglés. Los británicos respondieron con buenos deseos similares en alemán, lo cual dio origen a un armisticio informal. Poco a poco, ambos bandos emergieron de las trincheras y se reunieron en la tierra de nadie para intercambiar felicitaciones y obsequios. El cese al fuego también dio a ambos bandos la oportunidad de recoger y sepultar a sus camaradas caídos. Fue, sin embargo, un respiro breve, ya que la lucha continuaría durante cuatro años más.




Si, como ya hemos comentado, la guerra es el masculinicidio por antonomasia, ¿existirá algo más traumático que ser enviado a un frente de batalla y permanecer allí, con el pleno conocimiento de que probablemente no saldrás con vida? Difícilmente. Vivir en una situación de estré excesivo permanente es psicológicamente imposible, algo que el cerebro humano solo puede tolerar hasta ciertos límites. Cuando estos se ven superados, a la mente no le queda otra alternativa que activar los mecanismos de "disociación cognitiva", la negación de los factores causantes del estrés o bien, una respuesta anormal a ellos. Un poco lo que experimentaron los soldados de aquella navidad de 1914 ("no pasa nada", "todo va estar bien", "no vamos a morir"). De otra manera el miedo permanente los hubiera vuelto locos. Aún así, muchos soldados resultan con estrés postraumático, cambios profundos en el estado emocional, como alteraciones del sueño, sobresaltos, falta de apetito, flashbacks, entre otros, por no hablar ya de mutilaciones o lesiones graves.